En la parte 1 de este post empecé a contarles sobre mi experiencia con el plan. Aquí va la segunda parte.
Poner en marcha mi propio plan financiero me sirvió de múltiples maneras. En primer lugar, me sirvió para conocer a profundidad mi situación financiera real. Sabía que era mala y que venía empeorando a medida que pasaba el tiempo, o al menos esa era mi percepción. Sin embargo, al no tener la información consolidada y en blanco y negro, solamente podía hacerme una idea de la profundidad de la crisis. Al realizar el ejercicio noté que mis números eran bastante peores de lo que consideraba y que me venía hundiendo a un ritmo mucho mayor al pensado. Era realmente insostenible y, de no hacer nada, llegaría pronto un colapso financiero significativo.
Al tener estos números en mi mente y la imagen completa de mi situación, pasé a la etapa de soñar. Me puse a pensar en qué quería para mis finanzas y dónde quería que éstas lleguen. Empecé a apuntarlo todo y a poner los objetivos que me inspirarían y guiarían en los próximos meses. Ya sabía las dimensiones de mis deudas, ahora quería eliminarlas y dejarlas en cero; sabía que venía gastando en cosas que no me aportaban nada, pues iba a reemplazar ese gasto por algo que mi hiciera feliz. En fin, analicé lo que estaba bien, lo que estaba mal, dónde quería llegar y cuándo quería hacerlo. Tomé toda esta información, le di la forma apropiada y definí así mis objetivos financieros. Este ejercicio es, a mi parecer, uno de los pilares centrales del plan. En mi caso, los objetivos no sólo me sirvieron de guía, sino también me inspiraron y motivaron a seguir adelante en los momentos de tentación y me acompañaron a lo largo del camino, demostrándome que mis esfuerzos estaban causando un impacto real en mis finanzas.
También pude hacer un análisis de mis patrones de gasto y tomar decisiones con respecto a los mismos. Como comenté en el post El verdadero costo de lo “irrelevante”, apunté mis gastos al centavo durante dos meses y luego hice una evaluación de los mismos. Venía gastando 20% de mis ingresos mensuales en café y encima del 50% en almuerzos durante la semana, para mencionar sólo dos de las categorías de egresos que más llamaron mi atención. ¡Una locura! Claramente, mis gastos superaban por amplio margen mis niveles de ingreso y eso ocasionaba que mis deudas crezcan diariamente y a un ritmo preocupante.
Como consecuencia de lo último (y luego de superar el trauma de darme cuenta que venía gastando mucho más allá de mis posibilidades), tomé una serie de decisiones importantes que llamé mis directrices. Tenía que restringir aquellas cosas que no eran absolutamente necesarias y empezar a recortar los gastos que me iban a seguir hundiendo. Y, conociéndome, opté por hacerlo de golpe (para otras personas es mejor hacerlo paulatinamente, pero a mí me resulta más eficiente hacerlo de un solo). Decidí recortar, por ejemplo, mis gastos en almuerzos. Me puse el límite de un almuerzo en la calle por semana. El resto de días, llevaría lonchera a la oficina. Decidí también obligarme a hacer las compras en el supermercado con una lista y no dejarme llevar por los impulsos al momento de hacer las compras. Al tener todas mis directrices listas, me comprometí a cumplirlos para asegurar el éxito de mi plan.
Continuará…
Eduardo, al tomar una decisión radical es mejor hacerlo de golpe. A veces es más difícil pero si se tiene que hacer, yo prefiero esta forma. Es como ponerte a dieta, ir al gimnasio o dejar de fumar. Y estoy completamente de acuerdo en que al supermercado hay que ir con una lista y comprar solo lo que has anotado, de lo contrario te llenas de cosas que no vas a usar nunca y que compraste impulsivamente. Te lo digo por experiencia.