Vivir respetando un presupuesto no es fácil. Puede ser frustrante y aburrido. Pero quienes logran hacerlo tienen mayores probabilidades de cumplir con sus sueños futuros, especialmente los financieros.
Un presupuesto nos va a decir, en resumen, cuánto ganamos y cuánto gastamos. Registramos en un documento sencillo cuánto ingresó a nuestras cuentas. No importa el motivo, lo único que importa es que sea un ingreso. Llámese sueldo, renta, comisión o el nombre que sea, el ingreso neto que recibimos y que tenemos disponible en un determinado período (normalmente un mes) se debe registrar y debería de marcar nuestro “techo” en cuanto a gastos para ese mismo período.
Por otro lado, todas las salidas efectivas de dinero que tengamos se registran como gastos. Nuevamente, no importa cómo se llame: alquiler, gasolina, seguros, luz o el nombre que sea. Idealmente la suma debería de ser menor (o en el peor de los casos igual) al monto registrado como ingreso.
El objetivo es poder vivir siguiendo un presupuesto mensual, pero antes de eso debemos hacer un ejercicio importante. Dicho paso previo consiste en hacer un seguimiento a cómo está fluyendo la relación ingresos-gastos hoy. La mejor manera de hacerlo es llevar un control estricto de todos nuestros gastos durante dos meses. No importa qué tan irrelevante pensemos que es el gasto, debemos registrar todo al centavo.
Este primer ejercicio sirve para abrirnos los ojos a nuestra realidad y para dimensionar el problema (o la oportunidad). Lo que encontremos al final de los dos meses puede ser traumático. Podemos encontrar que gastamos mensualmente el doble de lo que ganamos, que la mitad de nuestro sueldo se va en almorzar en restaurantes cercanos a la oficina, que tenemos pagos mensuales por intereses de nuestras deudas que se comen un 15% de nuestros ingresos. Pero también podría darse el caso que veamos el potencial de ahorro que tenemos o nos demos cuenta que vivimos una vida bastante ordenada y que tenemos oportunidad de acumular a ritmos mayores haciendo pequeños ajustes.
Una vez tomada esta “foto” de la dinámica ingresos-egresos hoy, empezamos a tomar decisiones y a actuar. Primero, seleccionamos aquellos gastos que son intocables como, por ejemplo, el alquiler o el pago de la hipoteca de nuestra casa o departamento y los dejamos a un lado. Muchos prefieren llamarlos “costos fijos” y simplemente no meterse con ellos, pues seguramente no se pueden hacer ajustes relevantes.
Luego, evaluamos todos los otros gastos. ¿Tomamos un café de S/.3.50 todos los días al llegar a la oficina? ¿No valdrá la pena comprar una cafetera de S/.80 y tomar ese café antes de salir de casa? ¿Podemos llevar lonchera al trabajo en lugar de salir a comer todos los días a la calle? ¿Sería mejor hacer una lista de compras para no dejarnos llevar por el impulso en el supermercado? ¿Hay paquetes de cable que se adecuen más a mis necesidades y resulten más económicos?
Los ajustes no deben de hacerse de la noche a la mañana y no deberían de afectar nuestra capacidad de llevar la vida que queremos. No tiene sentido privarnos de algo que consideramos importante o valioso, pero si podemos hacer pequeños ajustes que nos lleven a mantener nuestro estilo de vida de una manera más eficiente, ganaremos en el largo plazo.
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