Hace unos meses me tuve que mudar, de nuevo, para enfrentar una nueva etapa en mi carrera. En los últimos 4 años han surgido ciertas oportunidades que me han obligado a mudarme frecuentemente. Hoy, después de 5 mudanzas en dicho período, he llegado a la conclusión que es algo que no disfruto, pero que forma parte de la experiencia y he empezado a buscarle el lado positivo.
Mudarse significa una buena cantidad de horas invertidas en empacar, desempacar, ordenar, limpiar, y una casi interminable lista de etcéteras. Además, una mudanza puede significar también gastos no presupuestados si es que, por ejemplo, contratamos a una compañía para hacer la mudanza o simplemente a alguien para que nos ayude a cargar las cosas de un lugar a otro. Entonces, tiene gran potencial de causar desgaste físico y financiero.
Sin embargo, he aprendido en el camino que mudarse es también una gran oportunidad. Por un lado, nos permite deshacernos de muchas cosas inservibles que acumulamos con el paso del tiempo. Por otro, es una buena manera de encontrar muchísimas cosas que ya no cumplen su propósito para nosotros, pero que pueden ser útiles para alguien más. En cada mudanza me he topado con muchas cosas que habían pasado ya a la categoría de “olvidadas” y que no tenía sentido seguirlas cargando conmigo, pero que para otras personas tienen valor. Por ejemplo, en mi última mudanza recuerdo haber regalado buena parte de mis libros de texto de la universidad a una persona cercana a mi familia que está estudiando en la universidad y que no tiene los recursos para comprárselos. Junto con esos libros fui deshaciéndome de ropa, adornos, comida, muebles y una larga lista de cosas que yo no podía llevar conmigo a mi nuevo destino.
Pero hay una tercera categoría de cosas que muchas veces nos olvidamos de considerar y que, curiosamente, es la única que tiene potencial de contribuir a nuestras finanzas personales: las cosas que ya no necesitamos y que podemos vender.
Al buscar entre mis cosas y tratar de decidir qué llevarme conmigo, encontré una serie de cosas que seguían funcionando, que yo no seguía usando y que podría tranquilamente vender. Para ilustrarlo con algunos ejemplos, encontré una impresora que dejé de usar unos meses atrás; mi primer DVD que quedó olvidado al ser remplazado; un equipo de sonido abandonado; dos raquetas de tenis que ni siquiera recordaba; y una larga lista de cosas que tenían valor para gente de mi entorno. Decidí ponerlas a la venta.
Nunca pensé que tendría tanta acogida. Las cosas se vendieron de inmediato y, aunque claramente los precios fueron solamente una fracción del valor original y los ingresos generados resultaron bastante modestos, entendí que mi casa escondía una riqueza que nunca había considerado.
Ahora me he puesto la meta de identificar aquellas cosas con valor comercial al dejar de usarlas y, en vez de acumularlas y descubrirlas cuando me esté mudando la próxima vez, ser proactivo al respecto y buscarles nuevo dueño. Total, será mejor tener un pequeño flujo de ingresos de vez en cuando que acumular una riqueza oculta por tiempo indeterminado.
¿Y tu? ¿Sospechas que tienes una riqueza oculta o tratas de deshacerte de las cosas que ya no usas con frecuencia? ¡Cuéntanos tu historia!